Salas lo que se trae entre manos desde siempre es ESCULTURA no cabe duda, sólo hay que mirar de lejos, acortar distancias y rodear la obra para apreciar en toda su amplitud la gran dimensión de lo pequeño. Desde cualquier ángulo la vista resbala por los volúmenes sutiles y dulces que envuelven cualquier pieza haciéndola grande.
Ve y mira con calma, gozarás inmensamente pero sentirás mayor placer cuando pongas tus manos sobre la obra y la recorras como quieras, con un dedo, con las yemas, con las manos, acariciándola o amparándola, con los ojos cerrados o abiertos. Él te deja.
Porque es con el tacto cuando entiendes al creador y al hombre que te permite disfrutar y aprender… con las manos…
Sus manos no formaron la idea, a no ser que fueran las manos del espíritu, no me extrañaría tampoco, pero es a partir de una idea cuando coge un pegote de barro «prehistórico» y aplastándolo y retorciéndolo hace el boceto. Ya está lo esencial, el movimiento, la composición y la grandeza caben en un puño.
Más adelante llegará la transformación metódica en obra de arte, el quitar y poner y el poner para quitar, el tantear y pulsar el barro, espátulas y manos y envolver y arropar… escogerá el material definitivo, el tacto valorará la piedra caliza o dura, quizá la cálida madera, cualquiera es posible.
Punteros, gradinas, gubias y escofinas, lijas y sales pasarán horas y días por sus manos y no descansará hasta que en un atardecer sin apenas luz, esas manos recorran milímetro a milímetro la piel inmaterial encontrando por fin el alma de la idea. Posiblemente en la intimidad del estudio dará su bendición y quedará en paz unos instantes, poco tiempo porque enseguida llegará la siguiente intuición, y si es cenando, la miga de pan entre sus manos empezará a transformarse comenzando de nuevo.
SE PUEDE TOCAR. Así te dará la bienvenida a su exposición.
Toca y disfruta y cuando te despidas, su apretón de manos te dirá que tienes un amigo para siempre.
Eloisa Gil Peña, 2006