EL RECOGIMIENTO CREATIVO. TALLER Y CELDA
El silencio de la mañana en el pueblo castellano se rompe por el cantar de algún pájaro y por otro sonido, peculiar repiqueteo del cincel y la maza contra la piedra. Hace buen día y Alfonso, aún joven y enérgico, golpea la caliza con tanta paciencia como precisión y conocimiento. Este es el padre Salas escultor de la materia, quitando lo que sobra. Otros días, en que el tiempo acompaña menos, el interior del taller acoge un seguro de sí mismo modelador de la arcilla, la escultura que añade, que agrega pellas hasta llegar a la forma. Ambos quehaceres en la mente y las manos de un hombre muy especial, de profunda fe y convicciones que, si bien pudiera parecer apartado del mundo en su vida conventual, es conocedor del entorno artístico contemporáneo, además de un pertinaz estudioso de la Historia del Arte.
Conocer la obra de Alfonso Salas exige conocer la persona y, más concretamente, al artista en su ambiente, en esa celda del saber y en ese taller del hacer. En ese taller abarrotado, de aparente desorden en el que cada cosa está en su sitio, cargado de recuerdos, vivencias y en un entoma de fe casi material, palpable, es donde Alfonso ha alumbrado casi toda su producción dura décadas. Con absoluta sencillez este hombre afable te cuenta que lleva usando la misma arc desde los años 70 del pasado siglo, materia demiúrgica que guarda en su justa humedad, des hecha tras cada trabajo la figura que ya es bronce o resina. O que pasó a madera o piedra tras minucioso golpear… Las herramientas, actuales y pasadas, esperan un trabajo que ya no llega, pues el escultor, muy prolífico en tiempos, acusa falta de la fuerza, que no de la energía creadora, que su labor exige como tributo.
Recorrer el taller en amigable charla te lleva de las grandes piezas que forman monumentos civiles o piadosos retablos, a las pequeñas figuras taurinas, los campesinos, las palomas, los desnudos y las maternidades. El barro ha sido el origen, desdeñando con frecuencia el boceto en papel, trabajando directamente con las manos, pero el acabado es múltiple, adaptado a cada circunstancia, al cliente y al criterio del artista. Por eso se alternan figuras en piedra (casi siempre caliza) con resinas y bronces de pátinas variadas, aunque predomina la verdinegra.
La obra de Alfonso Salas fluctúa, siempre en un figurativismo no realista, entre cierto postcubismo y el organicismo. Se acusan las influencias de toda la tradición del siglo XX, especialmente de aquellos escultores más preocupados por el volumen que por el vacío, de tributo a la línea cerrada. Es la escultura la más clásica de las artes, aquella que desde Egipto y Grecia más inercia mantuvo. Hasta que, tras el arrollador Rodin, enfrentado al decadentismo monumentalista burgués del XIX y animado por una potencia creadora que lleva a una incipiente deformidad, ruta a la abstracción, a lo largo del siglo XX desboca en cientos de tendencias que en España derivaron en caminos que van de los vacíos de Gargallo o la masa de Pablo Serrrano, al informalismo de Oteiza, Chillida o Chirino. Pero Salas está en la línea de la representación, del trabajo del postclásico Marino Marini, pero aliñado con tendencias a la abstracción en la simplicidad de las formas, de planos quebrados que derivan en curvas, aunque siempre de tema reconocible. Insiste una y otra vez en la línea cerrada que, cuando parece que va a desorientarse, es domesticada hacia la contención. Por eso quizá, y por sus acabados, es una escultura “para tocar”, como el autor pide, de modo que este es título de todas sus exposiciones desde hace años.
No anda lejos de las blanduras de Baltasar Lobo, de los planos quebrados del tan cercano por su trabajo en la Virgen del Camino Subirachs, de algunos tratamientos formales de Pablo Serrano. Salas es su atento contemporáneo y no se sustrae al arte de su tiempo, aunque mantiene su personalidad, su manera de entender la labor del artista, siempre desde la humildad y la profundidad de una fe que le lleva, como al antiguo imaginero, a esculpir para la oración. No solo cuando nacen de sus manos vírgenes o santos “de devoción”: podemos decir que cada obra suya, del retrato a la figura animal, de la maternidad al desnudo, son obras espirituales. El dominico y el escultor son la misma persona y nunca el Padre Salas se ha alejado del escultor Alfonso Salas, de modo que la coherencia entre fe y oficio traspasa, de manera evidente, toda su obra.
•IGNACIO GONZÁLEZ DE SANTIAGO.